UNA HOJA DE PAPEL PARA EL ABUELO
Desde los ocho años tengo una hoja de papel entre los dedos y mis habilidades en el
origami han crecido junto a mí en todo el sentido de la palabra. Hoy día, con mis veinte años
encima, creo poder decir sin temor que mínimamente habré hecho dos o tres figuras por
cada pelo que crece en mi barba; con cada uno de esos pelos me he ganado una historia
que contar en papel, no en forma de escrito, sino en cambio como una pequeña figura
plegada.
Por ejemplo, en mi localidad, San Antonio de Prado, Medellín, disfruto mucho dejando
figuras de origami en los bares o cafés que hay por la zona. A veces, meseros y meseras en
gratitud por dejarles pequeñas compañías para atender a la clientela, me han regalado
tintos y demás aperitivos que puedan haber en esos lugares. Y como esas situaciones,
cientos y cientos más.
El origami siempre me ha ayudado a pensar de forma más sana y clara en el futuro,
después de todo, mientras hago alguna figurita, no tengo lugar para pensar cosas
innecesarias o que distraigan ese rito que supone para mí cada doblez. Por ende, gracias al
origami, se podría decir que me he ganado una visión clara de un momento que quisiera
para mí en el futuro lejano.
Si algún día tengo nietos, o soy lo suficientemente viejo como para que la forma en la que
se me nombra entre cercanos sea ‘’abuelo’’, ojalá sepan que lo mejor que se le podría
ofrecer a mis manos es nada más ni nada menos, que una hoja de papel.
Texto escrito por Juan Manuel Zapata
Juan Manuel Zapata egresado de la institución educativa San José Obrero, actualmente estudia antropología en la Universidad de Antioquia y continúa haciendo origami.
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